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El poder del desengaño, de esperanzas vana y virtuosas
Chávez, la MUD, los gringos, el progreso, los rusos, Goldman Sachs y otra catajarra

Steven Mnuchin, secretario de tesoro, Goldman Sachs, Soros, Hollywood, símbolo actual del poder gringo
Los venezolanos vivimos, como todos los seres humanos, de esperanzas. No se puede vivir sin ellas. Hay una virtud sobrenatural, infundida por Dios en el alma, que consiste en la rectificación de esta pasión, haciéndola habitualmente conforme al orden divino sobrenatural. Lo malo no es la pasión de la esperanza, lo malo es cuando la esperanza es vana, la esperanza en objetos viciosos, sea por cualquier motivo: sea porque, de suyo, son ilícitos, o sea porque no merecen que pongamos en ellos nuestros anhelos y horizontes o que los consideremos salvadores sin que merezcan el título.
Venezuela se independizó, abandonó el estatus de provincia de la Corona española y pasó a formar una república independiente, a partir de la Capitanía General, formada a su vez por antiguas provincias de los virreinatos de Santo Domingo y de Santa Fe. Obviemos aquí ese episodio llamado Gran Colombia y los estragos de la guerra independentista…
El asunto es que, los primeros 18 años de la vida de emancipados fue “normal”. Todo cambió el día del asalto al congreso, en 1848. Ésa fue una campanada, el despertador, cosas terribles, turbulencias, estaban por venir. Los perturbadores: uno que dijo: “nosotros dijimos federación, porque ellos dijeron centralismo; habríamos dicho centralismo, si ellos hubieran dicho federación”; y el otro que dijo: “maten a todos los que sepan leer y escribir”. Y su himno fue: “quisiera ver a un cura colgado de un farol y cuatrocientas monjas con las tripas al sol”. Se lanzaron su guerra en 1859 y dominaron el país desde entonces. Cuando Guzmán Blanco, que lo único bueno que nos dejó fue la palabra ‘coroto’, se murió, el país era un arrase, una mentira: los gochos llegaron a Caracas, después de casi mil kilómetros de marcha, con 60 hombres. Ésa es la medida de la articulación civil en 1899, la herencia del PROGRESO. Pero ellos, los progresistas, cínicos y salvajes, ganaron; por 70 años no hubo órdenes religiosas en el país, salvo de manera subrepticia. El Ilustre dicta el decreto de educación universal, luego de que acaba con la infraestructura educativa, CATÓLICA, del país. Y después de que, oh, dolor, ha acabado con el campo y los pueblos de misión, ha robado a los religiosos, a los campesinos, a los indiecitos, dando latifundios inmensos a sus amigotes. Supongo que querría imitar a sus adorados progresistas ilustrados europeos, franceses, alemanes y, los campeones, ingleses. El país está arrasado, pero es progresista hasta la médula, en 1889; y Capelletti se asombra de la resistencia del virus positivista venezolano, inmune a otras corrientes de pensamiento de principios del siglo XX… Guzmán gobierna hasta López Contreras, lo hacen sus muchachos, Vallenilla Lanz, Arcaya, Zumeta, Gil Fortoul, que Gómez usa para administrar su poder omnímodo.
Con la universidad (salvo ULA y los Parra) bajo estos hijos de Guzmán-Ernst, el país es uno de ensoñación progresista y entreguismo intelectual y pragmático a los gringos y europeos. Así, la cantidad de veneingleses, venezolanos que quisieran no ser venezolanos, sino gringos o Malbrough, Mambrú, pues, que hay hoy se explica por una victoria tan aplastante. “Compinche, ellos son superiores, porque a nosotros nos conquistaron los españoles…”. Es decir, tienen complejos fuertes de inferioridad, porque nosotros SOMOS ÉSOS QUE SON LOS ESPAÑOLES Y SUS HIJOS, ETC. En un país en que lo mejor de él se tortura de esa manera, por haber claudicado de su esencia y sus modos de valorar, en favor de los de los enemigos históricos (hasta Bolívar, animal ilustrado, lo sabía: “los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a llenar de hambre y miseria a la América, en nombre de la libertad”; o Bello: “tenemos que primero conocer nuestra propia estatura, antes de poder recibir con provecho los aportes de otras latitudes”), en una país así, las calamidades sociales están adelante, a cada paso, en esa caminata por la oscuridad, por la completa ceguera que es vivir sin conciencia, sin saber quién se es, qué es lo bueno para uno y cómo se mide y pondera a los aconteceres. Éste es el Mensaje sin Destino del hombre grande del siglo XX, don Mario Briceño Iragorry.
Wall Street, capitalismo puro: dinero y poder
Gekko y su inspiración en la historia, la ideología y la malignidad “científica”

Gordon Gekko-Michael Douglas, con Henry Kravis, la inspiración de su personaje, en el Super Bowl de 2014: pura depredación (foto credit: http://www.businessinsider.com/henry-kravis-michael-douglas-super-bowl-2014-2)
Contenido:
La historia de las finanzas internacionales: la modelo para los cuadros de Stone: 1980-2016
Acto I: Los leveraged boyouts y la Fed de Volker, en la era Reagan
Acto II: Alan Greenspan, la desregulación y la crisis del 2008
Acto III: las perspectivas presentes, en la superburbuja más grande de la historia
La película
Cuando tradujeron el título de esta película, en Méjico, se le puso el nombre que ya tenía, el de la calle de Nueva York que es sede de la bolsa de valores de Estados Unidos; pero se le añadió un subtítulo muy acertado: El poder y la avaricia. En la película, el bobo, el imberbe, el novato sin experiencia, el muchacho que no sabe nada de la vida, Bud Fox, es la avaricia. El sabido y corrido, el resentido, el que desearía haber sido un rico de cuna, un lord inglés, el que desconocía todo límite, el astuto y completamente corrompido, Gordon Gekko (‘gekko’: lagartija), estaba, por supuesto, más claro, el verdadero sentido del capitalismo, como de toda ideología y desvío del recto orden social, es el poder.
Claro, la película tiene una contra-cara. Tiene varias contracaras. Una de ellas, da la razón a Charlie Sheen-Bud Fox: Steeples, el perdedor, el corredor fracasado, el desprovisto de talento y suerte, que, en medio de ríos de dinero, no logra sobrevivir económicamente y, en medio de la trama de la película, recibe su “justa” recompensa. Tiene la contracara de Manheim (Hal Holbrook), el corredor veterano que sabe que hay que tener límite y que “el triunfo y el fracaso son dos impostores”, como dice Kipling. Pero la gran contracara, la figura que hala a Fox en otra dirección, en una dirección que, se supone, es distinta del nihilismo, capitalista, Carl Fox, el padre de Bud.
Al comenzar el drama, Bud es un muchacho todavía inocente, con mucha ambición, bastante inmoral sexualmente hablando y con un gran amor y aprecio por su papá, un sindicalista de una línea aérea de tamaño mediano. Vive en la mentira capitalista, de apariencias mentirosas, muy caras, que le jalan la mayor parte de sus no despreciables ingresos. Es un “bolsa sin valores”: me explico: en Venezuela, un “bolsa” es un estúpido y, a finales de los 80 y principios de los 90, en la época en que ser un yuppie era lo que estaba que “aldía”, era la nota, lo in, lo de moda, uno pasaba por la bolsa de valores de Caracas y veía a esa paca de muchachitos, pequeños Buddie Foxes, con trajes muy caros, “que valen más que ellos”, como ellos mismos creían: que el flux, el traje, terno, caro los hacía importantes, valiosos: “lo que me da valor vale más que yo…”. Bud es, pues, un “bolsa sin valores”, uno que cree que lo inferior, el dinero, hace valioso a lo superior, el hombre. Esto es clave. Quiere entrar al círculo de Gordon Gekko, quiere portarse bien, pero no le molesta infringir alguna regla, faltar a la confianza de su padre: entra al inner circle, proveyendo información secreta, que tenía de su papá: la línea había salido airosa en un asunto legal y sus acciones iban a dispararse, cuando el asunto se hiciera público. Cree que engaña a Gekko, pero éste es un avión: Bud va y él ya volvió y dio dos o tres vueltas. En la celebración lo atrapa: una mujer, una limusina, champaña, coca, sexo oral en la limo. Los yuppies de los 80, “derechistas”, comparten más de un asunto con los hippies de los 60…